En la emblemática Rua Garrett, a pocos pasos del mítico café A Brasileira, donde está la estatua de Pessoa, se encuentra la librería más conocida y todopoderosa de Portugal, con 54 sucursales en todo el territorio portugués y 9 en España. Pero no siempre estuvo en Rua Garrett: su historia se remonta a 1732 y a la Rua Direita de Loreto. Fue tras el histórico terremoto de Lisboa de 1755 que la librería, completamente destruida, tuvo que trasladarse en 1773 a la que es hoy en día su ubicación actual. Como se puede comprobar, en sus más de 230 años de existencia, la librería Bertrand se ha forjado un hueco importante en el panorama cultural y literario del país, algo así como un Foyles lisboeta. Por supuesto que hablar de Bertrand es hablar de libros nuevos.
Sin embargo, visitar la sede central no fue todo lo impresionante que uno espera después de haber oído hablar tanto de una librería. La librería tiene una sola planta, compuesta por seis salas, no demasiado grandes, que se unen por estrechos y cortos pasillos también forrados de libros. El espacio no puede ser comparable al de otras librerías, quizá menos conocidas, pero sí más eficaces o espectaculares (tengo en mente La casa del libro o en la sevillana Beta Imperial, que recupera el antiguo teatro Imperial). La distribución de las salas es la de cualquier librería al uso: por bloques de contenidos, desde lo más vendido hasta lo menos solicitado. Al entrar el lector puede encontrarse en primer plano las novedades, junto con libros de grandes ventas. A continuación hay salas dedicadas por completo a letras, a ciencias o ingenierías, a artes (cine, cómics, pintura), a viajes, para acabar finalmente en una sala de literatura juvenil e infantil, que es lo que siempre se suele poner al fondo de las librerías.
Al igual que hiciera en Foyles un punto de visita obligado era el de la literatura extranjera, lo que permite, bajo mi punto de vista, hacer un balance de la proyección cultural de la librería y de la ciudad. En este caso los títulos extranjeros no son demasiado abundantes. Lo que más hay, una estantería entera, es literatura inglesa. En cuanto a la española, dos o tres estantes, con los títulos más conocidos, en ediciones muy asequibles, sobre todo en Punto de Lectura.
Por supuesto que no visitaba la librería con la intención de comprar nada. Pero aparte de los libros es posible encontrar en Bertrand algún material que quizá en otras librerías sea inexistente. Me refiero a agendas y a moleskines con decoraciones lisboetas, un magnífico detalle de la ciudad al que es difícil que un amante de las letras se resista.
Sin embargo, visitar la sede central no fue todo lo impresionante que uno espera después de haber oído hablar tanto de una librería. La librería tiene una sola planta, compuesta por seis salas, no demasiado grandes, que se unen por estrechos y cortos pasillos también forrados de libros. El espacio no puede ser comparable al de otras librerías, quizá menos conocidas, pero sí más eficaces o espectaculares (tengo en mente La casa del libro o en la sevillana Beta Imperial, que recupera el antiguo teatro Imperial). La distribución de las salas es la de cualquier librería al uso: por bloques de contenidos, desde lo más vendido hasta lo menos solicitado. Al entrar el lector puede encontrarse en primer plano las novedades, junto con libros de grandes ventas. A continuación hay salas dedicadas por completo a letras, a ciencias o ingenierías, a artes (cine, cómics, pintura), a viajes, para acabar finalmente en una sala de literatura juvenil e infantil, que es lo que siempre se suele poner al fondo de las librerías.
Al igual que hiciera en Foyles un punto de visita obligado era el de la literatura extranjera, lo que permite, bajo mi punto de vista, hacer un balance de la proyección cultural de la librería y de la ciudad. En este caso los títulos extranjeros no son demasiado abundantes. Lo que más hay, una estantería entera, es literatura inglesa. En cuanto a la española, dos o tres estantes, con los títulos más conocidos, en ediciones muy asequibles, sobre todo en Punto de Lectura.
Por supuesto que no visitaba la librería con la intención de comprar nada. Pero aparte de los libros es posible encontrar en Bertrand algún material que quizá en otras librerías sea inexistente. Me refiero a agendas y a moleskines con decoraciones lisboetas, un magnífico detalle de la ciudad al que es difícil que un amante de las letras se resista.
Un amante de las letras o una derrochadora amante de las letras, claro.
ResponderEliminarLa Bertrand me pareció más una planta de libros tipo Fnac que una famosa librería del S. XVIII, pero bueno, había que ir a verla.
Estoy deseando que escribas sobre las demás.
Rosa.
¿Qué son moleskines?
ResponderEliminarUn abrazo
Son unas libretas pequeñas algo caras, una pijada, vamos, pero una pijada que me encanta. Ya tenía pensado dedicarle una entrada a los moleskines (porque Rosa me regaló una y yo me compré otra en Lisboa). Ahora con tu pregunta me animaré a hacerlo.
ResponderEliminar¿Qué sucedería si analizásemos la Casa del Libro o Beta Imperial bajo el mismo punto de vista? Para alguien que vive en Oxford, las librerías españolas resultarían provincianas. Quizás sea más honrado considerar cómo contribuye una librería a la difusión de la cultura de su propio país. Si acudes otra vez, con interés en la cultura portuguesa y deseos de comprar algo, es posible que aprecies la oferta de la Bertrand.
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