sábado, 16 de enero de 2010

Reconversión de una apología del coleccionismo de muñecos de Jesús Beades a una apología del coleccionismo de libros

Tanto Rosa como yo tenemos gustos caros. Yo amo los libros caros y ella la ropa cara. Detrás de todo gusto caro hay un afán de coleccionismo acaparador que va más allá del utilitarismo de los objetos. Deberíamos comprendernos mutuamente, aceptar la necesidad de gastar mucho en algo aparentemente insignificante, y sin embargo, un abismo separa ambas formas de coleccionismo.

Ella no comprende que yo compre libros para dejarlos en una estantería y que sea feliz únicamente contemplándolos, cogiéndolos de vez en cuando, echándoles un vistazo, o simplemente sabiendo que están ahí. Jamás se me ocurriría leer uno de esos libros, para eso compro una edición vulgar. Yo, en cambio, soy incapaz de comprender que ella utilice sus objetos especiales, que se ponga esas botas o esos pantalones tan caros. Seguramente durarán mucho tiempo, porque lo caro se usa poco y con mucho cuidado, pero al final se acabará gastando. Durarán años, pero acabarán en la basura, o rotos en algún armario, que es lo mismo.

Como tributo a ese coleccionismo contemplativo me gustaría rescatar un texto que Jesús Beades puso en su blog para referirse al coleccionismo de muñecos. Se verá que, salvando las distancias, es perfectamente aplicable a los libros.



«Suso me ha hecho pensar en el llamado "objeto del amor". Ese giro chestertoniano ("Lo que importa no es saber adónde va el amor, sino de dónde viene") revela una verdad: se puede amar de maneras muy distintas el mismo objeto (objeto en su sentido filosófico), pero eso convierte el lenguaje en una ficción necesaria. El "yo amo" de una persona, y el "yo amo" de otra responderían a dos realidades distintas (no digo "absolutamente distintas" porque me parece imposible, pero sí muy distintas). Como lo que dice Lewis: decir "a ti te gusta leer a Dante, y a mí me gusta ver el futbol" en realidad es un espejismo del lenguaje, pues ese verbo, gustar, responde aquí a dos realidades diferentes.

»Muy bien. Pero... ¿Y si el amor que se tiene es contemplativo, al modo en que lo explica Suso, y el objeto aparentemente indigno? Pienso en el coleccionista, también de dos tipos: el que le gusta decir: "me ha costado un pastón, sólo hay mil ejemplares", y ese otro que mira su muñeco de Skeletor, o su sello decimonónico, o su avión de hojalata, o su Mini del 73, o su Fender Stratocaster del 62, y pienso que la vida, al fin y al cabo, es hermosa, y que si los hombres hacen esas maravillas no todo está perdido. Y se le alegra el corazón.

»En este último caso solemos hablar, con demasiada ligereza, de idolatría. Y sin embargo, es evidente que el muñeco no es Dios, ni siquiera un dios. Más fácil es confundir el amor erótico con un dios (que se convierte en demonio, por tanto), que a un Darth Vader de 12 pulgadas. Su humilde plástico y su desvalida escala nos lo impide. Sencillamente, sentimos que hay "algo divino" ahí dentro. El coleccionismo, por tanto, es un método estrafalario, chestertoniano, de renunciar a la idolatría.»

Jesús Beades

1 comentario:

  1. Yo creo que el coleccionismo es una forma de idolatría, tan respetable como otra cualquiera. Y pienso que los libros son lo más hermoso que se puede coleccionar. Al fin y al cabo, cualquier biblioteca constituye materialmente una colección de libros, aunque sean de temática y tamaño distintos.

    Yo no colecciono nada, entre otras razones, porque todavía vivo en casa de mi padre y ya no me cabe nada. Cuando me vaya a vivir con Laura, empezaré a construir mi propia biblioteca, que tampoco será muy abultada, puesto que pienso seguir haciendo uso de las bibliotecas públicas.

    Un abrazo

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