domingo, 17 de enero de 2010

Cuando la biblioteca se convierte en enemiga del libro

Mi intención era escribir esta entrada más adelante, pero un comentario de mi amigo Rafa sobre las bibliotecas me ha llevado a la necesidad de demostrarle por qué ese lugar que, teóricamente es de culto a los libros, puede convertirse en muchas ocasiones en su enemigo.

Por supuesto que la función que realizan las bibliotecas es encomiable y cualquier que me conozca sabrá que mi vocación frustrada es la de bibliotecario. Rafa compara las bibliotecas con una sociedad comunista, en la que sacas el libro, lo lees y lo devuelves para que otro lo lea. No cabe duda de que la democratización de la cultura es una de las cosas más positivas que un gobierno puede hacer por su país. Pero nunca perdamos de vista que el sacrificio que hay que hacer por el bien común se paga en libros.

Y es que este comentario me trajo a la memoria una entrada que había visto recientemente en El bibliómano. En él se hacía referencia a un artículo publicado en Bookride sobre la obra de William Blades The enemies of Books, en la que se indica la siguiente lista de enemigos: fuego, agua, gas y calor, polvo y abandono, ignorancia e intolerancia, encuadernadores, funcionarios y niños, ratones de biblioteca y otros bichos. Todo esto viene a cuento de un libro en un penoso estado de conservación encontrado en una biblioteca.

El libro en cuestión es la primera edición de Gerardo Diego de La suerte o la muerte. Poema del Toreo de 1963. El título, paradójicamente, no podría estar mejor puesto para simbolizar el estado del libro: por un golpe de mala suerte el libro acabó en una biblioteca, lo que supuso su muerte. El libro está etiquetado de varias maneras, con celo o con bolígrafo, casi se podría decir a mala leche, y con una incompetencia que no conoce límites, pues se nota que ha pasado por varios procesos de catalogación, sin que ningún bibliotecario se apiadara de él. No me cabe duda de que ese esa es la suerte de todos los libros de esa biblioteca. Lo más gracioso de todo es que su ficha de préstamo permanece en blanco, condenado al olvido y al polvo de la estantería.


Pues bien, este libro de Gerardo Diego, con ilustraciones de Molina Sánchez, forma parte de una edición especial de 300 ejemplares, con una poesía inédita en facsímil autógrafo para Bibliófilos Taurinos. Este libro no vale menos de 50 euros, y su precio normal está alrededor de los 100, pudiendo alcanzar los 150 incluso. En el estado en que está no creo que llegue ni a 50.

Y si este es el daño que pueden causar al libro los bibliotecarios, que se supone que algo deberían entender del tema, no quiero ni pensar lo que pueden llegar a hacer los usuarios de la biblioteca. Como comentaba en la entrada anterior, lo que se usa se acaba gastando, y lo que no es de uno, por desgracia, se usa con desidia. Algún día dedicaré una entrada al lamentable estado al que puede llegar un buen libro por culpa de los usuarios de bibliotecas.

6 comentarios:

  1. Querido Alejandro:

    Siento mucho estar radicalmente en contra de lo que has expuesto. Para empezar, haces pagar a justos por pecadores, puesto que, si existen bibliotecarios descuidados e incompetentes, las bibliotecas en las que trabajan no tienen la culpa de ello. Y yo quiero creer que este tipo de malos profesionales son una excepción en el gremio. Por otra parte, y, al menos en mi caso, cuando un objeto es de propiedad ajena a uno mismo, se trata con más cuidado, precisamente por eso. Cuando algo nos pertenece, nos importa menos si le causamos algún daño porque no tenemos que excusarnos ante nadie, al ser de nuestra propiedad el objeto en cuestión.

    Creo en las bibliotecas como los católicos creen en la Iglesia. Y creo que, como bibliófilo, tienes un ramalazo elitista, cosa que respeto pero que no comparto en absoluto.

    "(...)fuego, agua, gas y calor, polvo y abandono, ignorancia e intolerancia, encuadernadores, funcionarios y niños, ratones de biblioteca y otros bichos." Todos estos agentes supuestamente perjudiciales para los libros,especialmente los cinco primeros, no se encuentran exclusivamente en las bibliotecas, a no ser que los bibliófilos tengáis en vuestras casas una cámara frigorífica a modo de biblioteca personal en que los libros se encuentren totalmente a salvo de cualquier contingencia, algo así como en estado aséptico. La ignorancia y la intolerancia se erradican mediante la educación. A los encuadernadores y a los funcionarios se les supone profesionalidad, seriedad y respeto, y también puede haber especímenes que se dediquen en sus ratos libres al despropósito de adquirir libros para destruirlos. Pero creo que esto no es lo más habitual, afortunadamente.

    Poseer un libro no protege a ese libro de su potencial deterioro o destrucción. Y, como he señalado antes, se supone que respetamos más la propiedad ajena que la nuestra, más aún si se trata de un bien público.

    Por último, no entiendo a qué te refieres cuando afirmas que "el sacrificio que hay que hacer por el bien común se paga en libros."

    En fin, chico... Hé aquí mi batería de réplicas. Seguramente esta cuestión daría para todo un blog. Si tú estás dispuesto a continuar la discusión, yo estoy encantado de hacerlo también.

    Un abrazo, amigo

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  2. Cuando hablo de bibliotecarios incompetentes me refiero a bibliotecas incompetentes. El bibliotecario no es sino un trabajador que cumple órdenes. Es la biblioteca la que mandar catalogar un libro de cuatro maneras distintas y todas ellas perjudiciales para el libro. El bibliotecario simplemente ejecuta la orden.

    Sí es verdad que la bibliofilia tiene un toque elitista. Lo elitista es querer proteger lo valioso del alcance de manos que no saben apreciar su valor, cosa que ocurre muy a menudo en las bibliotecas.

    Poseer un libro sí protege a ese libro de su potencial deterioro y destrucción si se sabe cómo hacerlo. Cuando tienes un puñado de libros es fácil. Cuando tienes la cantidad de libros que tiene una biblioteca no. Los libros de biblioteca se deterioran, se pierden, se gastan. Marcar un libro (catalogarlo) es una aberración.

    He empezado diciendo que creo que la función que cumplen las bibliotecas. He empezado diciendo que me encantan, que creo que son imprescindibles. Lectura gratis es el bien común, pero que unos cuantos libros se echen a perder es inevitable.

    Lo de que respetamos lo de los demás creo que deberías decirlo más por ti mismo que por los demás. Lo que la experiencia me ha enseñado, lo que he visto, lo que veo en bibliotecas, es que lo ajeno importa poco. Ojalá no fuera así, pero lo es. Si no me crees un día de estos me cojo la cámara de fotos y me paso por la biblioteca y te lo enseño aquí.

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  3. ¿Qué tiene de malo catalogar un libro? Es la forma de saber que existe y dónde encontrarlo.

    Todos los libros se gastan, no sólo los que están en las bibliotecas.

    Debemos tratar de inclulcar el amor por los libros, no utilizarlos como barrera social, por decirlo de alguna forma. Los libros, la cultura, deberían ser lazos de unión, y no motivos de separación.

    Yo, como usuario de biblioteca pública, no tengo ninguna queja en cuanto al trato que se les da a los libros que hay en la biblioteca a la que voy. Quizá en Huelva son más descuidados;P. Mi única queja atañe a la falta de determinados títulos y al régimen de uso de algunas obras (odio los préstamos que son sólo para consultar en el centro,porque esos no me los puedo llevar...)

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  4. INCULCAR, no "inclulcar". Perdón por la errata.

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  5. Está claro que nuestros puntos de vista son irreconciliables. ¿Qué tiene de malo catalogar un libro? Mira las dos fotografías del post y dime que no es una pena que esté así un libro valioso que nunca ha sido prestado.

    Un libro es un objeto que puede durar siglos o días, dependiendo de cómo se use. A eso me refiero con gastarlo.

    En lo del amor por los libros estoy de acuerdo. Sólo tengo esta opinión con cierto tipo de libros, aunque igualmente es muy triste que se maltraten los libros.

    Yo también soy usuario de la biblioteca pública de Sevilla y no tengo la misma percepción que tú. Hay muchos libros que dan pena por el estado en que están. La biblioteca soluciona esto comprando libros nuevos, pero hay ejemplares irremplazables que no deberían estar en préstamo ni en estantería, sino en depósito (y de hecho muchas bibliotecas hacen esto).

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  6. De hecho, lo he mencionado antes: muchos de los libros son sólo de consulta en sala, algo que entiendo con obras muy antiguas, como las de Menéndez Pelayo de los años cuarenta o cincuenta. Pero no me cabe en la cabeza que haya, por ejemplo, poemarios de la Generación Númenor (no sé si del mismísimo hermanito de Andrés o de Pablo Moreno Prieto) que se hallen bajo este mismo régimen de uso.

    Por otra parte, están las donaciones particulares como método de adquisición de libros por parte de las bibliotecas, y de las cuales yo conozco unos cuantos ejemplos concretos en la Biblioteca Infanta Elena. ¿No te has parado a pensar en que puede ser que, precisamente, sean esas mismas donaciones las que sean recibidas en estado defectuoso? En tal caso, la culpa del deterioro de los libros no la tienen los bibliotecarios, sino los mismísimos propietarios de los libros.

    Un abrazo

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