viernes, 27 de agosto de 2010

Librería Stock Llibres (Barcelona)


Una vieja superstición personal hace que, como por necesidad, Stock Llibres sea la primera librería que visito cuando pongo un pie en Barcelona. El triunfo de esa librería, una de las más populares de la ciudad, inconfundible quizá por su letrero rojo brillante, se debe a una mezcla de buena situación (en el 29 de la calle Comtal) y de una estrategia de marketing bastante original en el gremio. Lo normal es que las librerías de viejos permanezcan cerradas a cal y canto, como templos del conocimiento que el profano apenas se atreve a profanar, más allá del vistazo rápido a través del polvoriento escaparate. Si acaso, el librero intentará pescar algún cliente potencial usando como cebo una o dos mesas con libros baratos en la entrada. Stock Llibres, sin embargo, ha sabido romper con este desafortunado tópico y ha optado por técnicas menos elitistas. Carece de escaparates y sus puertas están permanentemente abiertas. Es difícil pasar y no ver a alguien curioseando por la entrada.

La disposición de los fondos tampoco puede ser casual: en la entrada hay material que poco o nada tiene que ver con los libros (postales, mapas turísticos de la ciudad, soldados de plomo, vehículos en miniatura, azulejos, discos de música). A continuación hay libros bastante baratos o grandes y vistosos volúmenes de arte, turismo o arquitectura. Lo normal es que los clientes no avancen más allá del mostrador, que es precisamente donde empieza la verdadera librería de viejos.

Un estrecho pasillo por el que apenas pasan dos personas al mismo tiempo da lugar a esa verdadera librería que se esconde en Stock Llibres, un lugar con tarima de madera y aroma a libro viejo y a humedad. A la izquierda libros de literatura, antiguos mezclados con nuevos, pero todos de segunda mano, y con importantes descuentos en el precio. Tal cantidad de libros, con estanterías que llegan hasta el techo, apilados en montones de difícil consulta, no hace sino dificultar la búsqueda, jugando un papel muy negativo la desorganización, que no va más allá de secciones del tipo “historia”, “música”, “arte”, “libros en catalán” o “libros en otros idiomas”. Para colmo de males el catálogo no está informatizado y los libreros no son completamente conscientes de lo que tienen en sus estanterías o en el almacén, un sótano que se vislumbra lleno de libros pero al que no se puede acceder.

¿Por qué se ha convertido en una referencia obligatoria? No hay primeras ediciones realmente valiosas, al menos que sepan los libreros, pero si se le dedica tiempo se pueden encontrar algunas joyas. Aparte de libros a un precio considerablemente rebajado se pueden conseguir primeras ediciones asequibles, alguna de Vargas Llosa o de Pablo Neruda, por ejemplo. Sólo decir que es la única librería de la que siempre salgo con uno o dos libros en las manos. Si a esto se le suma una muy buena música, de jazz o de rock and roll clásico, el resultado es un ambiente fabuloso en el que pueden pasarse volando las horas.

Desde luego, una visita obligada para cualquier amante de los libros que recale en la Ciudad Condal.

jueves, 5 de agosto de 2010

Recuperado el First Folio de Durham


Raymon Scott posando antes de su juicio en Newcastle

Robar cualquier obra de arte valiosísima tiene sus riesgos si a continuación se pretende hacer negocio con ella. Lo que es evidente en pintura también debería serlo en bibliofilia. Aunque dos libros de una misma edición sean en principio idénticos no quiere decir que no sean identificables, como demuestra el caso del First Folio de Durham.

En 1998 el First Folio (nombre que recibe la primera edición, de 1623, de las 36 obras teatrales de Shakespeare y del que existen unos 200 ejemplares constatados en el mundo) fue robado en una exposición en la Universidad de Durham, al noreste de Inglaterra. La obra podría haber continuado en paradero desconocido si no fuera porque aquel que la robó en su día tenía la idea de venderla por su valor exacto (en un derroche de ambición) y necesitaba que algún experto le tasase la obra. El ladrón en cuestión, Raymon Scott, no era consciente de que alguien con los suficientes conocimientos en las ediciones de Shakespeare también sería lo bastante inteligente como para identificar la obra robada.

Así que Scott se presentó en la Folger Shakespeare Library de Washington con el First Folio para tasarlo. Su forma de intentar dejar el ejemplar irreconocible fue arrancar las tapas del volumen y algunas páginas en las que se hacía referencia a la Universidad, al tiempo que inventaba su dudoso origen en Cuba. Bastó un vistazo para que los expertos identificaran el ejemplar con el robado.

Lo más curioso del caso es la identidad del ladrón: un playboy en paro que vivía una vida de grandiosidad y lujo con un amplio historial delictivo. La intención de Scott al vender el volumen de Shakespeare era, al parecer, conseguir el suficiente dinero como para impresionar a una mujer. Basta ver la foto en la que posa el individuo antes del juicio (en el que finalmente ha sido condenado a ocho años de prisión) para hacerse una idea de su desfachatez.

Afortunadamente el ejemplar ya está de vuelta en la Universidad de Durham, auque tendrá que ser restaurado debido a los daños que Scott le causó, que por otra parte no son demasiado importantes.


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